En un libro delicioso, Umberto Eco se enfrenta a Richard Rorty...
En un libro delicioso, Umberto Eco se enfrenta a Richard Rorty. El tema lo pone el primero: la “sobreinterpretación” literaria. Y recurre el siguiente ejemplo:
Supongamos que un terrateniente del pasado envía 16 higos con su sirviente a un amigo, y junto con ellos una carta en la que dice que los higos son 16, y que el amigo debe contarlos bien antes de que el sirviente retorne. Supongamos también que por alguna razón la carta es extraviada, pero la encuentra, siglos después, un partidario de Derrida, Rorty y otras teorías posmodernas, el cual cree en consecuencia que todas las interpretaciones son posibles y equivalentes. ¿Qué leerá en la carta? Puede pensar, dice Eco, que se trata de una misiva en código y que allí donde dice “higos” hay que entender “cañones”, y que allí donde se pide que sean contados, el verdadero significado es que se los emplee contra el enemigo. Aún así, sigue Eco, el intérprete derridiano no podrá suponer que “higos” equivale a “cañones” en el primer párrafo, y a “baúles” en el segundo. Este es un límite para la interpretación. Además, y esto es lo fundamental, de la lectura literal de la carta, la lectura en clave militar y otras miles de lecturas posibles, una debe ser correcta y otra no, aunque no podamos saber cuál. Por tanto, no todas las interpretaciones dan lo mismo (aunque, insisto, no podamos tener ninguna certeza sobre cuál es la mejor).
Supongamos que un terrateniente del pasado envía 16 higos con su sirviente a un amigo, y junto con ellos una carta en la que dice que los higos son 16, y que el amigo debe contarlos bien antes de que el sirviente retorne. Supongamos también que por alguna razón la carta es extraviada, pero la encuentra, siglos después, un partidario de Derrida, Rorty y otras teorías posmodernas, el cual cree en consecuencia que todas las interpretaciones son posibles y equivalentes. ¿Qué leerá en la carta? Puede pensar, dice Eco, que se trata de una misiva en código y que allí donde dice “higos” hay que entender “cañones”, y que allí donde se pide que sean contados, el verdadero significado es que se los emplee contra el enemigo. Aún así, sigue Eco, el intérprete derridiano no podrá suponer que “higos” equivale a “cañones” en el primer párrafo, y a “baúles” en el segundo. Este es un límite para la interpretación. Además, y esto es lo fundamental, de la lectura literal de la carta, la lectura en clave militar y otras miles de lecturas posibles, una debe ser correcta y otra no, aunque no podamos saber cuál. Por tanto, no todas las interpretaciones dan lo mismo (aunque, insisto, no podamos tener ninguna certeza sobre cuál es la mejor).
Rorty responde con pragmatismo. La interpretación, dice, no es el reflejo de algo exterior al ser humano en el espejo de la mente. En realidad, ese “algo exterior” también es un espejo que refleja las interpretaciones que hemos hecho de él. Sabemos que una silla es una “silla” porque primero hemos creado esa palabra y luego porque hemos clasificado a los objetos de cuatro patas con respaldar en un casillero con ese membrete. La interpretación, por tanto, se refiere a otras interpretaciones, en un infinito juego de reflejos. Por tanto, no se trata de determinar cuál es verdadera (cuál corresponde con la realidad), sino de escoger la que mejor convenga con nuestros propósitos, la que necesitamos para construir otros textos, que a su vez serán objeto de otras interpretaciones, etc. Exactamente lo mismo que si se tratara de herramientas, y sin olvidar que siempre será posible usar un destornillador para abrir una lata, por ejemplo.
A lo que Eco replica: Justamente, justamente. Podemos usar un destornillador para abrir una lata, pero no podemos usarlo para limpiarnos la nariz o el oído. Las interpretaciones son herramientas, pero hay herramientas adecuadas y otras que no lo son; por tanto, no todo da igual.
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