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jueves, 16 de diciembre de 2010

Las ideas de Vargas Llosa

¿Qué tan terrible defiende Vargas Llosa?
 
Alfred Nobel especificó que el premio literario que llevaría su nombre se entregara a los escritores “idealistas” que hubieran hecho una contribución significativa a las letras. Por tanto, el Nobel nunca ha sido puramente literario, sino un reconocimiento mixto. Se premia la contribución de los escritores, realizada con la mayor dignidad literaria posible, a la transformación humanista de la sociedad. La incomprensión de esto ha ocasionado no pocas críticas gratuitas a la Academia Sueca, por ejemplo cuando premió a
Wiston Churchill o dejó de premiar a Borges y a Ezra Pound. Y es que no basta escribir bien para recibir el Nobel de Literatura: también hay que mostrar un compromiso social meritorio.
Desde este punto de vista, resulta curioso lo que se ha dicho antes y después del premio a Vargas Llosa. Antes se dijo que sus ideas liberales le quitaron el Nobel que podía haber recibido si sólo se tomaba en consideración sus novelas y ensayos literarios. Después del 7 de octubre, que únicamente se premió su prosa, no sus ideas liberales, las que quedaron “afuera”. Ésta es la fórmula de moda. Le permite a los bienpensantes dos cosas: no pecar de rencorosos o iletrados y distanciarse, al mismo tiempo, del “horror” de semejante pensamiento.
Una excepción interesante fue la de Evo Morales, que con esa temeridad muy suya dijo que los Nobel nunca se conceden a la izquierda. (Todo lo contrario: la mayoría de las veces los suecos consideraron “idealistas” a quienes apoyaban causas igualitarias –aunque esto los empujara a convalidar el totalitarismo–, como ejemplifican Saramago, Grass,  García Márquez, Sartre, etc.) En el fondo, Morales reclamaba otro asunto: que Oslo no le hubiera dado el premio de la paz, al que aspira cada año; ésas son las dimensiones de su mundo. Pero al menos no quiso “estar y no estar” con el galardón que más acercó a Bolivia –donde Vargas Llosa vivió su infancia– al principal cuadro de honor de la literatura mundial.
¿Qué es eso tan terrible en lo que cree Vargas Llosa que los bienpensantes consideran imposible de premiar como un aporte “idealista” al mundo contemporáneo? ¿De qué corren despavoridos tantos escritores, tantos periodistas latinoamericanos de renombre, tantos miembros del establishment universitario? Es evidente que Vargas Llosa no pertenece a la misma parroquia que ellos. En primer lugar, no se adapta a las modas. Criticó a Cuba cuando muy pocos tenían el coraje de hacerlo (hoy mismo sólo una minoría se atreve). Debió pagar un alto precio personal y profesional por ello. Y tuvo razón, mientras que los otros se equivocaron, aunque por desgracia con impunidad. A diferencias de tantos de sus colegas, no fue neoliberal en los 90 y neoestatista en los 2000. Siendo privatista, denunció, en contra de los embelesados por la política económica de Fujimori, que éste quería establecer una tiranía de cómic. Una vez más, tuvo razón. Hoy, pese a la moda izquierdista, es de los pocos que se atreven a mirar de frente a Chávez, Morales, Correa, y gritar que “el rey está desnudo”. Y también tiene razón, como el tiempo probará fehacientemente.
Más allá de cómo las defienda –bien, mal o regular, pero siempre con valor – ¿qué tan espantoso anida en estas ideas?
Vargas Llosa tiene la capacidad de ver a Hamas dentro del movimiento palestino, lo que ofende la miopía general. Es pro-judío, pero no admite los abusos de Israel. Es condescendiente con algunos políticos democráticos no muy presentables, como Sarkozy y Berlusconi, pero al mismo tiempo apoya el matrimonio homosexual y los derechos humanos de los migrantes. Trata de proyectarse, en suma, a través de las coyunturas siempre cambiantes, en pos de los valores de autonomía, autodeterminación y auto-realización humana. 
Lo que no se le perdona a Vargas Llosa –como no se le disculpó a Raymond Aron, con quien se lo compara merecidamente– es su resistencia a equivocarse con la mayoría de los intelectuales, que suelen estar dispuestos a ponerse al servicio, y a cantar las glorias, del Estado. Peor aún si define este supuesto acto “emancipador” como lo que realmente es: subordinación factual a la autoridad (sea esta doctrinal, moral o política).









     

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